Un nuevo estilo de vida que coloque el bienestar humano al nivel de una plena realización ética y moral se debe promover para detener la avalancha de consumismo y de deterioro espiritual que hoy sufre nuestra sociedad.
Por: Yezid García Abello, concejal de Bogotá por Alianza Verde.
La vida biológica en el planeta tierra está en riesgo de extinción. Como parte de ella, la especie humana puede desaparecer por efectos de una hecatombe ambiental causada por una guerra nuclear o por consecuencias de un grave desequilibrio ecológico.
Las alertas están encendidas. El presidente Barack Obama –presionado por el impacto que causó la divulgación de la encíclica papal denominada “Laudato si” o “Sobre el cuidado de la Casa Común” – tomó el pasado 1° de agosto la decisión de reducir las emisiones de carbono de los EE.UU. en un 32 por ciento al año 2030. De cumplirse, es un paso muy importante dado que ese país es la segunda nación más contaminante del ambiente después de China.
Ya son pocos los que niegan la gravedad de la crisis ambiental que vive la humanidad a nivel planetario. El calentamiento global es un hecho. Las causas son variadas pero es indudable que el eje del problema gira en torno al caos ambiental que produce un modelo de desarrollo que se basa en la exagerada y anárquica explotación de los limitados recursos naturales que nos ofrece la tierra.
El afán de ganancias económicas y la dictadura del mercado han creado una mentalidad depredadora y consumista entre la población. Éste es factor cultural sobre el que se ha construido un aparato productivo basado en la generación de energía que utiliza combustibles fósiles de fuentes no renovables (petróleo, carbón, gas) y una economía (forma de vida) que tiene como principal soporte la “química del petróleo”.
Desde finales del siglo XIX los científicos preocupados por el medio ambiente y la defensa de la naturaleza empezaron a plantear los problemas de la contaminación del aire, el deterioro de las fuentes de agua, y las consecuencias negativas sobre los ecosistemas naturales. Luego se alertó sobre la deforestación de bosques y selvas. Más adelante se presentaron estudios sobre los peligros del mal manejo de los residuos sólidos (basuras), los desechos industriales y la radiación nuclear. Actualmente tenemos las amenazas contra la bio-diversidad, los riesgos de la manipulación genética y de los cultivos transgénicos.
Los gobiernos nacionales y la ONU, presionados por los científicos, ambientalistas y sectores de la población que se han hecho conscientes del grave peligro que se cierne sobre la humanidad, han realizado numerosos eventos, cumbres, encuentros y foros para tratar esta problemática. Se destaca la Conferencia de Río de Janeiro en 1992 sobre Desarrollo Sostenible y la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que aprobó el Protocolo de Kioto en 1997, y decidió reducir las emisiones de seis (6) gases de efecto invernadero que causan el calentamiento global.
Actualmente se prepara la Conferencia Internacional sobre Cambio Climático, que se va a realizar en diciembre de este año en París (Francia). El papa Francisco, líder mundial de la iglesia católica, y su Carta Encíclica “Laudato si” se ha convertido hoy en un referente en la lucha por preservar la tierra. En ese extenso y muy importante documento plantea la necesidad de retomar, pensar y construir una ecología ambiental, económica, social y cultural que priorice el “bien común” por encima de cualquier otro interés.
Dice el papa Francisco: “La ecología integral es inseparable de la noción de bien común, un principio que cumple un rol central y unificador en la ética social. Es «el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección»” .
Y siguiendo esa misma dirección afirma: “La misma lógica que dificulta tomar decisiones drásticas para invertir la tendencia al calentamiento global es la que no permite cumplir con el objetivo de erradicar la pobreza. Necesitamos una reacción global más responsable, que implica encarar al mismo tiempo la reducción de la contaminación y el desarrollo de los países y regiones pobres.”
Y remata más adelante: “Los jóvenes nos reclaman un cambio. Ellos se preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos.”
En el marco de la campaña para hacer conciencia de los peligros que entraña el desequilibrio ambiental que sufre el mundo, la Santa Sede invitó al burgomaestre bogotano Gustavo Petro a un Coloquio de Alcaldes denominado “Esclavitud moderna y cambio climático”. Esa invitación es un reconocimiento muy importante para un funcionario que se la ha jugado toda por incluir políticas ecológicas en su Plan de Desarrollo y ejecutar acciones dirigidas a combatir las causas del cambio climático en la ciudad de Bogotá.
Es paradójico que ese reconocimiento se haga a nivel mundial cuando paralelamente el Ministro de Vivienda lo ha denunciado penalmente por defender los cerros orientales de la ciudad de la depredación urbanística que un grupo de poderosos constructores pretende realizar en áreas vitales para el equilibrio ambiental de la ciudad, ya que son áreas consideradas por el Consejo de Estado como zona de adecuación y que el Distrito Capital ha definido como reserva forestal.
El alcalde Petro aprovechó ese escenario para denunciar los ataques del Procurador Ordoñez contra su gestión y planteó que en el centro de la controversia contra su administración están los intereses de quienes colocan los intereses particulares, las ganancias económicas y el mercado por encima del interés público. Así definió como la principal causa del deterioro ambiental global al “exceso descontrolado del mercado”. Dijo con contundencia: “El mercado está a punto de acabar con la vida en el planeta.”
Como concejal de la ciudad de Bogotá debo reiterar mi compromiso con la lucha por preservar la vida en el planeta. En ese sentido llamo la atención sobre la necesidad de garantizar la continuidad de las políticas aprobadas en el programa de la Bogotá Humana: la densificación de la ciudad para detener la expansión caótica sobre áreas que deben ser protegidas como humedales y cerros orientales; el control y disminución de las emisiones de gases contaminantes entre las cuales la principal es la que generan los automóviles, para lo cual la política de movilidad se centra en el desestimulo al uso del vehículo particular, el mejoramiento del sistema de transporte masivo multi-modal, la promoción del uso de la bicicleta y la racionalización de la ciudad en cuanto a espacio público.
Igualmente, esas políticas contemplan metas precisas entre las que destacamos la reducción en 10% la contaminación por material particulado de diámetro menor a 10 micras (PM10) y en 5% la contaminación sonora en tres áreas estratégicas de la ciudad; la introducción de energía eléctrica en el transporte masivo de la ciudad, que incluye metro pesado, ligero, y línea cable; la recuperación ecológica de 57 kilómetros de rondas en los ríos Fucha, Salitre, Tunjuelo, y Torca, y de 40 kilómetros de humedales; librar a Bogotá de la minería depredadora del medio ambiente; y consolidar el programa de 'Basura Cero'.
Todas estas metas están en pleno cumplimiento y aspiramos a que la nueva administración continúe por el camino trazado de adecuación de la ciudad al cambio climático, que es una de las banderas de la Bogotá Humana.
No sobra reiterar que la lucha por preservar y defender la naturaleza de la depredación humana es una tarea que implica enfrentar la esencia nociva del sistema capitalista. Una nueva lógica de vida debe imponerse en el mundo para mantener la vida y garantizar la continuidad y pervivencia de la civilización humana. Un nuevo estilo de vida que coloque el bienestar humano al nivel de una plena realización ética y moral se debe promover para detener la avalancha de consumismo y de deterioro espiritual que hoy sufre nuestra sociedad.
Como lo afirma el papa Francisco en su encíclica ambiental: “Muchas cosas tienen que reorientar su rumbo, pero ante todo la humanidad necesita cambiar. Hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida. Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración.”
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